Rubén era un niño más en el Instituto. Tenía 15
años y hacía tercero de la ESO en un conocido Instituto de la localidad donde
residía.
En los recreos del instituto, él no hacía lo que
otros chicos de su clase realizaban: jugar al fútbol, pues se juntaba con
algunas chicas de su clase y hablaban de diferentes temas de conversación que
los chicos habían tachado como “temas de niñas”. Sin embargo, aquello de lo que
hablaban eran temas que no estaban reñidos al sexo, como el estreno de una
película en el cine, determinados programas de televisión o alguna anécdota
concreta de alguno de ellos o ellas. Es por ello que, el resto de sus
compañeros de clase, se reían a escondidas de él porque se juntaba con las
niñas y no jugaba con ellos al fútbol, llegando incluso a decir que Rubén era,
simplemente “una niña más en clase”.
Un día, en el recreo, como todos los días,
mientras que los dos grupos de la clase estaban divididos, disfrutando de
treinta minutos de descanso como cada una y cada uno quería, Rubén recibió un
balonazo en la cabeza. Los chicos empezaron a reírse del golpe, a lo que Rubén,
pese a haberle dolido, decidió callarse y no quejarse (sabía que se lo habían
dado con mala intención, y no precisamente cualquier chico, si no aquél que
todos temen y con quien nadie quiere enfrentarse; un abusón, como Rubén le
llamaba en clandestinidad).
Pero, hay algo que le dolía más que el propio
golpe: el sentimiento de vergüenza puesto que, uno de los chicos que estaba
jugando al fútbol era de quien estaba enamorado en secreto. Se llamaba Dani, un
chico algo tímido al principio pero muy simpático con su grupo de amigos y
amigas. Rubén no podía contárselo a nadie, sólo se desahogaba con su pequeño
diario, su pequeño gran confidente de secretos.
Al acercarse Dani a por el balón, Rubén se puso
nervioso.
-Espero que no te haya dolido . . . comentó Dani
al avergonzado Rubén.
-No, no lo he notado apenas- respondió Rubén con
una mentira. Claro que le había dolido, pero estaba tan nervioso de tener
enfrente al chico que le gustaba que se
quería hacer el fuerte y no demostrar debilidad ante él.
Dani le sonrió y volvió a la pista, donde le
estaban esperando. Cuando llegó, quien le había lanzado la pelota, se acercó a
Dani y le dijo algo al oído. Algo que, al terminar de contárselo, hizo que
ambos miraran a Rubén automáticamente.
Como cada anécdota que le ocurría con Dani,
dentro o fuera de la clase, Rubén lo reflejaba en su diario, y esta, no fue una
excepción, detallando la situación y mostrando su más puro cariño y sensibilidad
emocional al chico que tanto le gustaba, añadiendo mensajes como “¡Es tan guapo!” o “Ojalá sepa algún día lo que siento por él!.
En este sentido, Rubén nunca tuvo problemas a la
hora de reconocerse a sí mismo como homosexual. Sin embargo, el problema se
encontraba en que nadie de su círculo social ni familiar tenía conocimiento de
ello, al menos no dicho por él mismo. Eso hacía que él se ahogase aún más en
ese mar de secretos y de sentimientos que estaban ocultos en su interior y que
sólo sacaba a flote para reflejarlos en su diario… todo relacionado con Dani
era reflejado ahí.
Un día, por error, al guardar todos los libros y
cuadernos en su mochila guardó su diario. Él nunca lo sacaba de su habitación,
teniéndolo escondido en el fondo de su estantería, pero la noche anterior se
quedó escribiendo y lo dejó entre los cuadernos y libros que tenía preparados
para ser guardados al día siguiente.
Al entrar en clase, algunos de los chicos, como
muchos otros días, le hicieron burlas relacionadas con su homosexualidad. Él no
prestó atención y decidió sentarse directamente en su sitio. Al abrir la
mochila y sacar un cuaderno, se le cayó al suelo su diario. Se quedó atónito. Intentaba
reflexionar cómo fue a parar a su mochila. Al ir a cogerlo, quien le había
lanzado el balón a la cabeza, se adelantó y se dispuso a leerlo en voz alta. Rubén se
levantó y hacía lo posible para arrebatárselo, pero sin éxito: “el abusón”,
siguió leyendo, contando cada una de las anécdotas y frases del “chico de sus
sueños” como le calificaba en alguna de las páginas.
Tras ello, Rubén observó a toda la clase: la
mayoría susurraba, se reía…e incluso oyó de fondo “¡maricón!”, sin poder
ponerle cara a la voz que le había insultado; pero a él lo que le preocupaba
que estuviera Dani presente y sentir la mayor vergüenza de su vida… la
vergüenza de ser él mismo. “¿Qué dirá de mí si sabe que él me gusta?” se
preguntó asustado el joven. Le encontró, sentado en una mesa, con un grupo de
chicas, observando fijamente a Rubén. Como era lógico, no se lo esperaba.
Rubén tenía miedo de la reacción que pudiera
tomar. El resto de chicos empezaron a hacerle burlas con referente al diario y
a su amor que idealizaba en secreto. Algunos le tiraban bolas de papel mientras
le llamaban maricón y demás descalificativos. Tenía miedo de que se enterase
más gente y convertirse en el hazmerreír del Instituto. Las voces, los gritos,
las risas y los descalificativos iban en aumento y él sólo quería una cosa:
morirse en ese mismo instante.
Lo que no esperaba es que Dani saltase en su
defensa, logrando que toda la clase se sorprendiese, pensando algunas personas que
también era gay. Fue él quien se encaró al abusón, ordenándole incluso que le
devolviera el diario a Rubén. Tras mantener entre ambos una mirada fija, se lo
devolvió. Aquello hizo que el resto de clase dejara de reírse de Rubén y de
insultarle.
-No te preocupes que, si te vuelve a hacer o
decir algo, me encargaré yo- le tranquilizó Dani a Rubén antes de guiñarle un
ojo y volverse a su sitio.
Rubén no se lo podía creer: la persona a la que
había calificado en su diario como “chico de sus sueños” le había defendido y
ni siquiera se había sentido ofendido o avergonzado por el hecho de que un
chico estuviera enamorado de él.
Gracias a él, Rubén afrontó más dignamente su
homosexualidad dentro del instituto y reforzó su lazo de amistad con Dani
quedando en eso exclusivamente, como una amistad. “De todas las anécdotas
negativas siempre se saca una positiva” pensó Rubén: si no hubiera ocurrido
aquello que le atormentó y avergonzó durante varios minutos, a día de hoy
seguiría viviendo en secreto y clandestinidad su homosexualidad, sin ser
apoyado por el resto o, simplemente, sin contarle a nadie sus sentimientos más
íntimos.
Esta historia es ficticia… o quizás no tanto: en
España, se calcula que un 60% de los adolescentes y las adolescentes
homosexuales sufre acoso escolar, y de ese porcentaje un 43% se plantea el
suicidio, del cual, sólo el 17% lo cumple.
La homosexualidad en la adolescencia y el
sentido de identidad como tal, es uno de los procesos más duros por los que
pasamos las personas homosexuales en nuestro desarrollo vital, debido a un
choque de ideas y de no aceptación entre nosotros/as mismos/as. A ello hay que
sumarle el rechazo de tu grupo y la discriminación, siendo ésta latente en
cualquier edad y ámbito de nuestra vida.
Muchas personas sobrellevamos mejor la
homosexualidad que otras: el desarrollo y el contexto social nos influye a la
hora de expresarnos y manifestar nuestra condición, pero casos como estos,
casos como el de Rubén, posiblemente se esté repitiendo ahora mismo en un
Instituto y, desgraciadamente, no tenga un final feliz debido a que no se
sienta arropado o arropada por un compañero o compañera de su aula... a fin de
cuentas, todos y todas hemos sido Rubén.
Gerardo Néstor González Stéfani
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